domingo, 29 de mayo de 2011

UN SOMBRERO REPLETO DE HISTORIAS




                      Esto es lo que aconteció a Euforbio, viajero impenitente,
                      expresidiario convencido, hombre simpático, maravilloso 
                      contador  de historias.

En su trasegar por los caminos de Malp-Aridez conoció las montañosas Pazcuila y Tlasconia, región de lagos, de mágicas cascadas, de hadas y misterio. Exploró las áridas regiones del Laralí y el Lelelé, conoció el Reino Rojo cuando aún tenía habitantes, acompañó a los Nurudim hasta muy dentro del Bosque Pequeñito en plan de transplantar un extraño árbol moribundo y conoció a diversos personajes singulares como él.

No fue ajeno a la belleza sin par de la región de Abisquis donde comió los sagrados frutos del Escaramechí y disfrutó gozozo del sexo colectivo que allí se practica. Estuvo también en Atapués Y Saltamordia pero no congenió para nada con sus habitantes que, como todos saben, esclavos son del reloj y las obligaciones. Además, en Saltamordia se vió involucrado en el celebre incidente de la Botella Maraguey Tuney que le costó no pocas canas y más de una secuela al final de su vida.

Recorrió el país caminando alegremente, llegando a pueblos, ciudades y pequeños villorrios, encantando a todos con su palabra fácil y la magia de sus narraciones.
Llegado al sitio donde decidía que había un auditorio ávido de testimonios fantásticos y reburujamiento de cerebros, plantaba Euforbio sus pies caminadores y despojándose del raído sombrero de viaje, extraía de su morrala un bello sombrero de paño fino con una singular pluma en el costado y calándoselo comenzaba a trenzar historias maravillosas.

No poseía una excepcional memoria ni narraba tradiciones. No, lo de él era fantasía pura: al colocar el sombrero en su cabeza, su mente, habitualmente aletargada y perezoza, comenzaba a reconocer entre el público presente a personajes de extraordinarias historias y, con especial clarividencia y fina intuición, sabía entremezclar detalles personales captados al desgaire con imaginativas situaciones, latentes en el inconsciente colectivo. Su estilo era un paradigma de atracción y deleite para sus escuchas que iban de la ternura llorosa a la carcajada sublime, del odio contenido a la excitación amorosa en vuelo con las palabras de este hombre maduro pero aún joven, de ojos brillantes, boca femenina, provocativa y sonrisa generosa , cautivadora.
Captaba así la atención creciente entre la gente, los elevaba a cúspides imaginarias donde los aturdía con consejos cómicamente autoritarios o les daba claves enigmáticas de ulteriores consecuencias. Al culminar la historia el público era suyo y sus corazones gozozos se desbordaban con óbolos generosos y aplausos cálidos y confortantes.

No intervenía raciocinio ni voluntad en el trabajo de Euforbio. Bastaba con que se cubriera con el sombrero de la pluma exótica para que ideas y palabras brotaran adobadas con fantasía y gracia hacia los oídos receptivos de un público identificado con el interprete de sus sueños.

Solo una vez estuvo a punto de fracasar el encantamiento cuando el viento irreverente le arrebató el sombrero  y lo dejó vacío y sin ideas. Volvió a ser el Euforbio de todos los dias: Euforbio Riñes O., hijo de Simplicio y Yadira, de treinta y cinco años, soltero empedernido, convalesciente de la Prisión Estatal de Malp a donde fue a parar a los diecinueve años no cumplidos a pagar delitos de despecho, víctima del odio atroz de una patrona, famélica sexual e indigente espiritual a la que no supo satisfacer en sus caprichos de mujer en ocaso, y de donde salió años más tarde experto en pederastia y con los afectos torcidos irremediablemente.

La salvación del contador de historias en aquel aciago dia en que, cercado por la multitud voraz y enfebrecida, enfurecida porque el no acertaba a terminar de narrar lo sucedido a esos personajes tan similares a ellos y con problemas y cualidades tan parecidas a las suyas, provino de una muchacha bonita que lo miraba con buenos ojos y que con audacia y agilidad gatunas atinó a capturar el sombrero entre los pliegues del viento y con sonrisa satisfecha se lo entregó enseguida.
Repuesto del susto y con el sombrero calado hasta las orejas volvió a subyugar al público, hilvanó un desenlace espectacular, los hizo llorar de risa, los asombró con las posibilidades insólitas que se esconden en la realidad cotidiana y luego les cobró bien caro. Y pagaron.

Esa noche durmió con su salvadora y haciendo de tripas su razón la satisfizo como pudo, tratando de aparentar la dicha que conoció en sus noches de presidiario.
Al dia siguiente, muy de mañana y en puntillas para no despertar a la gentil damita, marchó hacia otro pueblo sin sospechar que su simiente germinaría en el vientre de su salvadora y que ese hijo que no tendría padre se convertiría con el tiempo y algo de trabajo en el juglar conocido como Andrés, el de la cara de fresa, autor de muchas canciones y joven controversial como el que más.

La vida de Euforbio continuó de pueblo en pueblo contando historias coronadas de misterio y repletas de eso que llaman gracia los que saben. Sus incontables amores con machos bien dotados o efebos tiernos y deliciosos mitigaron sus penas y tranquilizaron su apasionada naturaleza.

Sus posteriores aventuras y su nombramiento como embajador cultural de Saltamordia se tocan en otra parte de este libro. Por lo pronto, bástele al lector saber que continuó viajando siempre en compañía de su cadáver y un sombrero repleto de historias.







No hay comentarios: