lunes, 4 de julio de 2011

LA NAGILA RACULENTA Y EL OGOPOY SIN PIES


Que importa ser tan solo una nágila raculenta o un triste ogopoy sentado para siempre sobre sus blatuss doradas, tan inútiles como hermosas. ¡Como quisieran ciertas damas encumbradas cortarlas con una sierra apropiada y usarlas como antena en sus sombreros frescacheros y ralentes.

Tal vez a la nágila se le ocurra fingir que aún no es raculenta, pero el pobre ogopoy no puede atreverse a tanto. Su progresiva parálisis y la pérdida gradual de las extremidades lo hacen tan frágil, tan apetecible...tan observado.
Pienso que que si no fuéramos tan buenos y nuestros principios éticos tan elevados los pobres ogopoys serían asados y devorados sin consideración. Por el contrario, nuestra civilizada sociedad ha destinado unos cuidadores especializados que los recogen cuando están en su última etapa y los trasladan a depósitos donde son colocados en enormes piscinas de aguas tornasol y allí alcanzan plenitud, nadan, burbujean, escriben libros, pero sobre todo, defecan ese polvillo dorado tan parecido al oro que nadie puede distinguir la diferencia y que nos es tan caro.

Al final de su tiempo los ogopoys son sacados de las piscinas y llevados con ceremonia a las factorías  donde son convertidos  en "Ogos", el alimento maravilloso que restablece el poder de los impotentes y estimula la pasión de las gélidas. Es una vida maravillosa la de estos seres increíbles que nacen completos y felices y evolucionan por la vida siendo útiles y bellos a través de toda ella.

Nosotras las nágilas aguardamos con impaciencia una oportunidad semejante y entre tanto nos contentamos con tejer las telas suaves y hermosas que habrán de cubrir las miserias artríticas y purulentas de los anfibios sin color que surgen con el sol por los esfínteres creativos de la Narucha. Sabemos que es un consuelo un tanto ridículo, pero,¿qué hacer? Nosotras las nágilas no somos imaginativas ni cagamos oro pero somos hermosas y deseables. Se sabe de uniones clandestinas en las que nosotras somos parte importante de la felicidad. Nuestros orificios húmedos y calientes son predilección de muchos que no encuentran consuelo con mujeres o muchachos. Por esto, en los puertos siempre encontrarás barrios de nágilas, casas de nágilas, sectores de nágilas, siempre atestados de clientes ansiosos que anhelan disfrutar un rato placentero.

Lo malo de todo esto es que nuestro período útil es breve y luego de ser usadas sin misericordia por varios años nos vamos poniendo raculentas y resecas, nos vamos pareciendo a esas sirenas desecadas que abundan en las pescaderías más grandes y que son motivo de curiosidad y ralentería entre mamurcios y teruflos.

Ya raculentas, nuestro destino está marcado: partimos en barcas doradas hacia la isla de nuestro origen y allí pasamos a engrosar las hordas de nágilas asoleándose en las playas rodeadas de cocoteros. Poco a poco nos vamos desintegrando en nuestros componentes fundamentales y convirtiéndonos en arena blanca, fino polvillo de arena, tan apreciado por los constructores.


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