Ella iba por esos rumbos de Dios repartiendo Amor a pierna suelta. Siempre dispuesta a escuchar al sediento y dar de comer al desnudo. La acompañaba Magnífica, una joven sierva, que más que cierva parecía una pantera de piel perfecta, ojos de almendra, boca de fuegos sonrosados y lengua de almibar.
Con sus esbeltos cuerpos apenas cubiertos por algunos ornamentos dorados enjaezados de raras joyas y muy poca tela, caminaban sin cansancio con paso grácil y mesurado, contagiando al mundo de calma, repartiendo al sol sonrisas y miradas, esparciendo en el aire el bálsamo de su belleza tierna, consolando al estúpido y llevándole la cuerda al terco.
De este modo sencillo y a la vez maravilloso recorrían el país sembrando a su paso apasionadas flores y deslumbrando a todos con sus sonrisas nacaradas. Atravesando rios y cordilleras, amparándose bajo las nubes blancas, rodeando pantanos repulsivos y evitando regiones lúgubres o siniestras. Su misión: encender la luz en las miradas de la gente, desenmarañar dudas y rencillas, lubricar fricciones ásperas, despertar a los anónimos sin cara, convocar a los utópicos irredimibles y a los invisibles de tiempos lejanos para la fiesta de defenestración de viejos grupos estatuarios de antiguos y revenidos regímenes.
Un dia nublado pero caluroso y lleno de malos presagios daban un mal paso por los senderos escabrosos del Lerelé reseco en esa época del año en que los fantasmas de antiguos predatores salen a devorar el aire espeso y hasta los más resistentes insectos huyen en busca de un poco de risa fresca o una porción mínima de ternura.
Transitando este difícil camino se toparon con una caravana a cuya cabeza marchaba, soberbio, un príncipe extranjero, muy lleno de arrogancia y belicosas ideas. Nuestras dos heroínas lo saludaron respetuosamente, como correspondía a su dignidad.
El príncipe, que se tomaba bastante en serio su papel , les habló en un idioma áspero y cacofónico, pletórico de sonidos guturales y con un tono más enérgico de lo apetecible.
Las dos mujeres, un poco azoradas pero conscientes del peligro a pesar de que no entendían la perorata, balbucearon en su propio idioma cadencioso y melódico un poema que nada tenía que ver con la situación y lograron desconcertar al príncipe con su musicalidad. Este, a pesar del desconcierto, no podía evitar ver a Magnífica con demasíada atención, causando en la sierva desazón y en su ama santa ira.
Por señas, el malhadado príncipe quiso comprar a la espectacular muchacha y ante la evidente negativa de Ella se sintió ofendido y pretendió forzar un trato.
Ella, indignada hasta la raíz lo rechazó de plano y lo hizo con tanta furia que de sus pies desnudos brotó un remolino que se fue volviendo tormenta de arena e hizo huir despavorido al príncipe junto a su cohorte, seguidos muy de cerca por la ventisca desatada.
Después las dos mujeres continuaron su misión de dar alegría y satisfacción a los enfermizos corazones de la gente y cuando, años después, se cansaron de ser tan buenas se metieron en un almanaque y se convirtieron en dibujos.
2 comentarios:
Me gustan mucho estos relatos cortos que escribes. Son entretenidos.
Gracias por tus generosos comentarios querida Pixel. Tus palabras siempre caen bien, además que son hermosas. Abrazos.
Publicar un comentario