miércoles, 30 de marzo de 2011

UNA PALOMA PARA EL DESAYUNO

Imágen de Alberto Pancorbo

A propósito de encontrar objetos perdidos en medio de multitudes densas, recuerdo aquella noche en que, hundido profundamente entre tu cuerpo y a punto del orgasmo, una paloma blanca salida de no sé dónde se poso sobre tu cabeza y tu no te diste cuenta. Yo la miré despacio y le pregunté con algo de ternura:
-paloma, porqué nos interrumpes?
Mientras tú, boca abajo, permanecías sumisamente indiferente.
La paloma tan solo susurraba su canto tímido y movía con suavidad sublime las pequeñas patitas, como buscando donde poner un huevo entre tu abundante cabello, tan lleno de brillo y saludable.
La situación me comenzó a parecer desconcertante y sentí que me estaba poniendo flaccido. Traté de olvidarme del ave y te dí dos envíos con potencia desesperada. Tu exhalaste un gemido exacerbante de cervatillo víctima del predator que me restituyó los bríos y, haciendo caso omiso de la gentil paloma, continué cabalgándote sin alcanzar la cumbre mientras tus jadeos balbuceantes me llevaban por caminos impredecibles.


Acaso en un instante de misterioso impulso decidí darle un mordisco a esa mansedumbre con plumas y fue ese grito tuyo, acompañado de llanto, el que me despertó del ensueño y supe a ciencia cierta que nuevamente había sembrado fuego en tu entrepierna.
Tu sollozabas y tus lágrimas me conmovieron. Besé tu mejilla, siempre tan suave, y murmurando dulces palabras y disculpas incoherentes me quedé profundamente dormido.
Al despertar en la nueva mañana tu ya no estabas pero la cama se encontraba toda salpicada de plumas blancas, muy suaves, como de paloma.





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