lunes, 28 de marzo de 2011

EL DIA QUE LLOVIERON FLORES.


Fue una tarde de finales del segundo período de lluvias extrañamente soleada en Pelusia Tattú. Con el único propósito de llevar la contraria y sobresaltar viejecitas pacatas Nauhac sacó del cuarto de los trebejos una sucia cometa blanca con la intención de elevarla por fuera de estación. La aderezó como pudo y se encaminó al parque cercano a su casa, donde todo lo importante de su vida ocurría.

El viento escaso y las miradas burlonas tirando a ruines de sus amigos le hicieron pensar en desistir y estaba a punto de hacerlo cuando llegó Omaira, esa ninfa de quince años, de senos incipientes y ojos provocadores, y comenzó a hacer preguntas sobre cometas con ese habladito suyo que derrite piedras y es capaz de poner caliente a un eunuco saltamordiano, de los legítimos.


Hasta ahí le llegó la duda: tomó a Omaira por su cuenta, con gran dolor y crujir de dientes de sus amiguetes. Se fueron caminando despacito por los senderos del parque, aspirando la frescura de la tarde, pasándose la cometa de mano en mano, rozando sus dedos al desgaire, percatandose de que estaban teniendo el descaro, mire usted, la desfachatez, quien lo creyera, la audacia, eso sí, de provocarse sexualmente con plena deliberación y autonomía.
Nauhac estaba a punto de invitarla a su casa, que a esa hora estaba sola y era el escenario ideal para elevar esa cometa, subir hasta las nubes envuelto en esa cabellera castaña con hebras claras, soplado por ese aliento perfumado, humedecido por esos carnosos y sonrosados labios de virgen que lo llevaban elevado del suelo, cuando de pronto se vieron envueltos en un remolino asfixiante que no comprendieron de momento pero que resultó de flores de todos los aromas y colores.

Perfumando todo y confundiendo en delirios anhelantes a la gente, miríadas de de florecillas salidas de no sé dónde, flotando en las corrientes de aire con sus colores tan vívidos, sus petalitos desprendibles  y ese vaho de pecadito en ciernes, caían sobre ellos y sobre todo el mundo,llenandolo  de asombro y arrinconando a cada quien contra su propia esquina, contra su propio miedo o alegría.

Llovieron flores hasta formar una capa de respetables diez centímetros de aromas y colores, conformando un entorno prodigioso que hizo olvidar a nuestros jóvenes amigos de su excitante paseo y que sus respectivas humedades se evaporaran en un asombro estúpido y en un juguetear insensato que los fue confundiendo entre la multitud que había llegado de todas partes para participar en el jolgorio.

Nauhac se descalzó como todos, se atragantó de aromas, se revolcó entre pétalos y se confundió entre nubes perfumadas de flores aplastadas. Cuando todo acabó estaba solo y entre extraños que burbujeaban una felicidad imbécil. Trató de hallar inutilmente a Omaira entre el desorden multitudinario, busco ingenuamente sus zapatos. Finalmente, cansado,  frustrado y con dolor en la cintura y en otras parte de su anatomía, tomó el camino a casa pensando, no sin razón, que los milagros no siempre son tan buenos.




1 comentario:

pixel dijo...

Un relato muy divertido y fresco. Me ha gustado mucho el detalle de las flores de diferentes aromas y colores.

Un abrazo